Última jornada de verano con un desenlace inimaginable
Era el último fin de semana ya. El de recoger. Dos días de duro trabajo para justificar cuatro meses de disfrute. Es la dolorosa rutina de todos los años. La que nos marca que se acerca el largo, frío y monótono invierno. Previamente quedo con Ángel en realizar una última salida.
Cuando llego a la zona, el viento azota con fuerza el mar. Yo lo veo impracticable. Ángel es optimista. Ya tenía preparado el chuliño para echarlo al mar. Las condiciones son límite para nuestra embarcación, pero el espíritu positivo de mi compañero, me acaba contagiando
Como anécdota decir que normalmente llevamos un cubo a bordo, pero Ángel insistió que llevásemos dos, que nos harían falta. Yo me mofe abiertamente. Dadas las circunstancias, dudaba mucho que pudiésemos sacar algo del mar, mucho menos llenar dos cubos. Pues nada, enfilamos el camino a la playa y ponemos el bote en el mar.
El aire era intenso, mucho. El motor se defendía como podía. La embarcación apenas avanzaba y nuestros movimientos de deriva eran erráticos. La primera pasada fue nula, la velocidad era excesiva. Ángel calibró los parámetros necesarios para intentar conseguir una deriva aceptable. Ahí llegó el momento. Comenzaron las picadas de manera sobrenatural. Yo llevaba caña y línea, y no daba a basto. Mi compañero sacaba piezas del mar como un poseso mientras se afanaba en lidiar con el rumbo de la nave. Infinidad de cefalópodos se quedaron a medio camino debido al frenesí de la actividad y del momento.
En un momento dado, tenemos que descargar el cubo pequeño en el grande. Seguimos en la batalla. El aire sigue con el empeño de alejarnos de la costa, pero nuestro modesto motor se opone con todas sus fuerzas. Seguimos luchando contra los elementos mientras seguimos arrebatando chocos al mar. La actividad roza lo absurdo. Picadas constantes. No hay tiempo para el aburrimiento o la relajación. Por momentos parece que cesa esta vorágine, eso es por que nos salimos de zona, rápida y diligentemente, Ángel nos vuelve a colocar en el sendero del triunfo. Volvemos a vaciar el cubo pequeño en el grande. Seguimos.
El mar se embravece más aún por momentos. Nuestra modesta nave lucha en un combate desigual. El indeciso vendaval nos hace perder el rumbo a cada momento y tener que rectificar la deriva. Pero los cefalópodos siguen subiendo por pares a bordo. El ocaso de la energía del motor se acerca, al igual que la luz solar. Cuando apenas hay visibilidad, decidimos dar por concluida la jornada. Lentamente el chuliño nos devuelve a la costa. Agotado, extenuado, después de una jornada en la que ha estado muy exigido.
Llegamos a la playa y escurrimos el cubo. Vemos el resultado perplejos. 13 Kilos de chocos en un par de horas con unas condiciones terribles. Un Ángel risueño y feliz me restriega, con razón y picaresca, la necesidad de los dos cubos. Última salida de este año del chuliño memorable.
Un Saludo y Buena Pesca!
No hay comentarios:
Publicar un comentario