viernes, 14 de septiembre de 2018

Rememorando viejos tiempos

Después de dos semanas infructuosas, tuve la oportunidad de vivir una buena jornada en busca de los queridos calamares.

Las vacaciones han concluido. Es hora de cambiar el chip y centrarse en la pesca urbana. Durante estas dos ultimas semanas he salido todos los días a dar un paseo, caña en ristre, para tentar las diversas especies que pueblan estos mares. Aparcando los paseantes que tan divertidos momentos me han dado, me he enfundado los vinilos. En estas aguas los primeros son muy complicados de utilizar debido a la altura desde la que se pesca, y los segundos, son de uso obligatorio. Aun así, tengo pendiente poner alguna labrax en seco con esos juguetitos zizagueantes.


El primer día, después de un par de horas de testeo de mis spots habituales, obtuve premio. Tras uno de los lances, una sombra muy decidida perseguía la gomita. El problema fue que me quede sin agua, y ella sin merienda. Después de un par de intentos más, la loba acertó de lleno, y logre ponerla en seco. Nada fuera de lo normal, una lubina medio kilera, pero que me alegro sobremanera al tratarse de la primera post vacacional. Sinceramente no contaba con ella, el agua estaba transparentísima, la marea era mala, y no hacia ni pizca de viento. Pero bueno, fue uno de esos escasos momentos en los que no cuentas con nada, pero la pesca nos agracia con alguna sorpresa.


El resto de los días se resumen en: bolo tras bolo, capote tras capote. El mar por estos lares, tras dos meses, sigue en las mismas. Idéntica sensación. Muerto, agónico. Apenas se vislumbra vida pululando por sus fondos. Decidí diversificar mi tiempo dedicándole un rato al amanecer a la búsqueda de labrax y otro rato al anochecer en búsqueda de cefalópodos. Lo único destacable, amen de la ya comentada lubina, fue la picada de un pinto de buen porte, que tras varios minutos de jugueteo con el vinilo, decidió hincarle el diente. Para mi desconsuelo, se cobijo detrás de una roca, y acabo partiendo el bajo. Lo que más me dolió fue haberlo dejado con el piercing clavado en sus morros. Que le vamos a hacer, cosas de la pesca.


En cuanto a los cefalópodos, varias noches fueron las que baje al muelle. En ninguna tuve ocasión de experimentar el ansiado tirón al final de la linea. Observe a algún compañero sacar algún ejemplar, pero muy esporádicos en el tiempo. Vamos, que seguíamos como estábamos. Pero para mi gozo, hoy fue distinto.

Cuando llego la hora establecida, recogí mis bártulos y me dirigí al muelle. Allí se personaba uno de los veteranos, charlamos un ratito, y nos pusimos en faena. Al  rato saca el campano. Poco después, tras un par de tira y afloja, logro capturar el primer calamar de este otoño. Me alegre bastante. Entre mientras comentábamos como antaño en ese momento del día, el solpor, realizábamos bastantes capturas, algo imposible en los momentos actuales. Cuando Lorenzo se echo a dormir definitivamente, cambie de posta. En el muelle se fue personando algún pescador más. El mar estaba tranquilo, apenas una brisa acariciaba nuestras caras y la corriente era la única que le ponía algo de salero al asunto.

De repente, las condiciones cambiaron. El agua se comenzó a agitar y el viento quiso dejarse notar. Después de mas de media hora en el mismo sitio, sin noticia alguna de nuestros amigos gelatinosos, comencé a notar su presencia. Algún toque y enganche infructuoso, dio paso a picadas continuas. Los chascarrillos habituales en el muelle se silenciaron. Todos estábamos concentrados en nuestras cañas. Fue una pasada. En cada lance tenias esa hermosa sensación de que podía haber algo merodeando tu señuelo con ansias de atacar. Estaban allí, habían llegado. Uno tras otro fui poniendo rápidamente en seco a los amigos invertebrados, sin perder comba, concentrado al máximo, y disfrutando cada picada, como si fuese la última. Pero la vorágine no acababa. No daba crédito. Seguían saliendo a secano. Llegue a contar cinco lances consecutivos con premio. Tras media hora de locura pesquera, la actividad ceso en seco. Sinceramente me lo pase como un enano. De regreso a casa me vinieron a la mente aquellos momentos que hace años los llamábamos "los quince minutos de gloria" muy habituales por aquellas fechas, inexistentes hoy en día. Ese ratito de alegría, adrenalina y excitación pescantil, me trasladaron al pasado. El recuento al llegar a casa fue de 19 ejemplares que colmaron mi expectativas con creces, y me regalaron una jornada muy entretenida como no la había tenido desde hace mucho tiempo en esta modalidad de pesca.


Un Saludo y Buena Pesca! <º))))><

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